Mi historia con la danza comenzó gracias a mi hermana, cuando tenía apenas diez años. Ella fue quien me motivó a dar mis primeros pasos en este hermoso mundo, llevándome a mis primeras clases sin saber que, desde aquel momento, la danza marcaría mi vida para siempre. Lo que al inicio era solo curiosidad y diversión, pronto se transformó en una pasión profunda, en una forma de expresión que me permitió descubrir quién soy y conectar con lo que me rodea.
A través de la danza, encontré un lenguaje propio, uno que no necesita palabras para transmitir emociones, historias y raíces culturales. Cada movimiento, cada ritmo y cada coreografía me enseñaron el valor de la disciplina, el compromiso y la constancia. Con el tiempo comprendí que la danza no solo se trata de técnica, sino de alma, sentimiento y dedicación.
La cultura también empezó a tomar un papel importante en mi camino, pues comprendí que la danza es una de las formas más poderosas de mantener viva nuestra identidad y nuestras tradiciones. Participar en eventos culturales, presentaciones y festivales me permitió valorar aún más la diversidad y la riqueza de nuestras expresiones artísticas. Cada experiencia ha sido un aprendizaje, un espacio para crecer, compartir y dejar una huella.
Hoy puedo decir con orgullo que la danza es parte esencial de mi vida. Gracias a ella he aprendido a creer en mí, a superar mis miedos y a trabajar con pasión por lo que amo. La danza es más que un arte: es mi refugio, mi voz y mi manera de celebrar la vida y la cultura que me acompañan en cada paso que doy.

